Fundada en 1721 con el fin de suministrar a la Corona, a la Nobleza y a la Iglesia de una serie de productos o manufacturas de carácter suntuoso que dejaron de llegar a la península tras la independencia de los Países Bajos.
La Real Fábrica de Tapices es continuación de una larga tradición que se remonta a los siglos XV y XVI, aunque con orígenes muy anteriores , debe incluirse su fundación en el marco Ilustrado de crear una serie de fábricas con las últimas innovaciones tecnológicas, que en este caso, sólo se aplicaron en el procesado de las materias primas, y sólo muy tardíamente s. XIX . Hay que resaltar el carácter de prestigio que tenían estas Fábricas, en donde lo que se buscaba era la perfección técnica de sus producciones, costara lo que costara. Por ello tenían difícil encaje en los mercados nacionales del momento, una vez que la demanda de la Corona desaparecía. Tal vez sea la Real Fábrica de Tapices, el único caso que sobrevivió de forma ininterrumpida desde sus orígenes, debido seguramente a los acuerdos habidos entre la Corona y la familia Vandergoten Stuyck, que permitieron un gestión en forma de negocio familiar en los casi trescientos años de existencia, con un dinamismo que les permitieron adaptarse a la demanda y circunstancias políticas de cada momento. De entre las diversas actividades de producción que se desarrollaron en esta Real Fábrica, cabe destacar el tapiz, el repostero y las alfombras, aparte de su restauración y mantenimiento. El tapiz es un tejido artístico, plano, sin pelo, tejido generalmente con lana y/o seda y, en ocasiones, enriquecido con oro y plata, elaborado para cubrir y ornar las paredes. La función de los tapices era múltiple. En España, el hecho de que la Corte fuera móvil hasta el s. XVI, popularizó su uso como auténtico elemento arquitectónico, para compartimentar estancias y adornar paredes de edificios utilizados temporalmente, que junto a las alfombras, hacían más acogedoras y cálidas las estancias. Asimismo, se empleaban para tapizar fraileros y jamugas, adoselar camas o realizar verdaderas estructuras móviles o pabellones tanto en campos de batalla como para las cacerías. Otros usos eran el de engalanar el paso de cortejos o procesiones, siendo colgados de balcones y fachadas, o simplemente para decorar, a modo de cuadros, los claustros de conventos o iglesias. Será a partir del periodo rococó, cuando se asimile a la pintura, enmarcándose los tapices como si se trataran de verdaderos cuadros, a través de cartones realizados por los pintores de la corte. En cuanto a su tamaño, estaba condicionado en principio por el ancho del telar, aunque podían tener tamaños prodigiosos una vez cosidos. Así, tenemos casos como el tapiz de Bataille de más de 153 x 5 m. y que tardó más de cien años en confeccionarse de 1380 a 1490 . La superficie se mensuraba por anas siendo el ana flamenca de 70 cm. de tapiz. Su temática se podía plasmar hechos históricos de relevancia, temas mitológicos, religiosos o novelescos. El retupidor, era el responsable en la Corte, no sólo de restaurar los tapices, deteriorados por quemaduras o rotos, sino también de unirlos o segmentarlos según el uso que en cada caso se les diera. Los tapices se han tejido tradicionalmente de forma manual en dos tipos de telares, de urdimbre horizontal o de bajo lizo y de urdimbre vertical o de alto lizo . Ambos sistemas fueron incorporados ya en sus orígenes en la Real Fábrica de Tapices: El primero, en 1720, por Jacobo Vandergoten, el Viejo, reputado maestro tapicero flamenco encargado de instalar la fábrica y, el segundo, en 1727 por Antonio Lainger, maestro del prestigioso taller francés de los Gobelinos. Al contrario que otras Reales Fábricas, desde un punto de vista técnico, la Real Fábrica de Tapices no sufrió ninguna innovación tecnológica, manteniendo la tradicional forma de trabajar, empleada desde el s. XV XVI. A finales del s. XVI se multiplican las citas en documentos oficiales de tapiceros tanto españoles como flamencos, lo que indicaría que habría una verdadera escuela hispano flamenca, como en pintura. Los diferentes inventarios de la Corona, en especial los de Isabel La Católica, su hija Juana y Carlos I, evidencian el especial gusto de estos reyes por los tapices, de los que eran verdaderos coleccionistas. Se cuentan por cientos el número de tapices que han llegado a nuestros días de estos orígenes, formando uno de los conjuntos más numerosos y de mayor calidad de los existentes en el mundo. Diego Velázquez inmortalizó el proceso en Las Hilanderas. Aunque se tiene constancia de talleres en el s. XVII en la calle Atocha, la corona tuvo un especial interés en potenciar la calidad de estos productos, facilitando la entrada de tapiceros flamencos. En el s. XVIII, aunque seguían trabajando numerosos talleres, la importación de estas producciones se vio resentida por la pérdida de los Países Bajos en la Paz de Utrecht de 1713 15. Por esta razón la Corona, preocupada por la insuficiente calidad de la industria nacional y la necesidad de amueblar los numerosos palacios, en construcción o reforma en esos momentos, se decide a reforzar estas producciones mediante la potenciación de los que se dio en llamar Las Reales Fábricas. En este marco nacería la Real Fábrica de Tapices.
De Lunes a Viernes: 10:00 a 14:00 Público general hasta completar aforo. Visitas de grupos: 914340550 Días de cierre: Fin de semana, Festivos. La entrada incluye museo y visita guiada.