El valle salado de Añana es uno de los paisajes culturales más notables de nuestro país. Está incluido dentro de la lista indicativa para ser considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El entorno del País Vasco no es especialmente rico en sal, por lo que ha sido escenario de una industria salinera marcada por su primitivismo y su escasa evolución. Éste es el caso de Salinas de Leniz Leintz Gatzaga, en tierras guipuzcoanas, o los de Salinillas de Buradón y Salinas de Añana en Álava. La secular explotación de la sal en Salinas de Añana, que simbolizan sus conocidas terrazas de desecación escalonadas, ha dado lugar a uno de los paisajes industriales de mayor atractivo y espectacularidad del País Vasco. Es un conjunto único, formado por varios manantiales de agua salada, y una serie de superficies, eras, de producción de sal, con una red de distribución y pozos de almacenamiento de salmuera. Los investigadores han demostrado que los modos de producción han ido transformándose en el tiempo. Los manantiales de Añana facilitan agua salada en la superficie de forma natural con una salinidad cercana a la saturación. La explotación funciona por gravedad a través de una red de canales que realizan la distribución a los pozos para su vertido en las eras de desecación que tienen una superficie de entre doce y veinte metros cuadrados, y que se adaptan a la topografía del valle mediante estructuras formadas por muros de piedra y entramados de madera de pino. La sal se almacena principalmente en los huecos existentes bajo las eras, llamados terrazos, hasta su transporte a los almacenes exteriores. Las salinas gozan de protección legal como monumento desde el año 1983.
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